Pocas veces me siento a pensar lo que representa ser mujer para mi, creía que el sentimiento de “estorbar” era normal cuando quería hablar sobre mis sentimientos, o cuando quería alzar la voz ante alguien aprovechándose de su poder, incluso ahora me preocupa incomodar el mencionar estos temas que ocupan mi mente; confundía la empatía con debilidad, la sensibilidad con poco carácter, buscaba “ser masculina” para que lo que dijera se tomará en serio.
Agradezco el día en que me cruce con el primer grupo de mujeres que marchaban, yo estaba en el centro de la ciudad en camino a cortarme el cabello cuando a la distancia note movimiento, este venía acompañado de colores y cantos, no pude evitar mantenerme ajena y en un estado de trance solo pensé en unirme, estando ahí entre tantas me sentía segura, y recuerdo el nudo en la garganta, me parecía ridículo querer llorar por algo así pero el sentimiento de fraternidad era fuerte y no podía creerlo, estaba siendo abrazada por todas estas personas que ni siquiera sabían mi nombre pero que no dudarían en ir por mi si me quedaba atrás, aun sigo sin comprenderlo pero en esta marcha volvío a suceder y me permití disfrutar de la experiencia.
Sigo aprendiendo de otras, aun estoy descifrando como ser una mejor persona, quiero no juzgar a mis compañeras por la manera en que se visten, como se expresan e incluso como llevan su vida sexual, realmente en nada mi incumbe; me motivo persiguiendo esta idea de ser esa mujer a la que sus amigos pueden acercarse sin temor, porque me gustaría poder darles un pedacito del amor que todas ellas me han demostrado en este movimiento.
Creo que esta es una carta a todas ustedes, porque aunque no las tenga entre mis contactos, ustedes han logrado que cuestione quién soy y cómo puedo cambiar para hacer del mundo un lugar mejor, un lugar en donde todos puedan sentirse amados y seguros. Marchar me quito el miedo, porque ese siempre ha existido, y una vida con miedo no es vida.

